El 2001 fue un año muy memorable. Todos lo sabemos. Muchas cosas pasaron. Pero algunas cosas no muy recordadas sucedieron antes del disturbio. Fue en enero. Épicas vacaciones. Lugar de veraneo, Miramar, la ciudad de los niños. Nosotros teníamos quince años. Cómo olvidar. Sí, porque fue poco después de la fiesta de quince de Laucha.

            Estaba todo previsto. Frankie, Mike, el Petiso y yo nos íbamos a ir de camping. El gordo también venía, pero sólo unos días y él y yo casi ni coincidíamos.

            En ese momento ninguno de los cinco teníamos mucha experiencia sobre cocina. Salchichas, fideos y 1, 2, 3 listo de royal cuanto mucho. Todavía nadie había experimentado la cocina de la misión ni cosas por él estilo. Es verdad que Jóse, en varios campamentos, nos había enseñado a hacer pizzas, masa incluida, y cocinada a la piedra. ¡Qué gloria! Pero ya había pasado tiempo de eso, y además nadie se acordaba de la receta. Así que hicimos las compras en el PrePack como pudimos. Mucha agua de coco, mayonesa y chocolate águila se veía en el carrito.

            Una mujer en la cola del supermercado nos miró y esbozó una sonrisa.

            El boludo del Petiso, para las latas de paté y atún, usó la táctica de tirar al piso y abollarlas. “Boludo, eso es en Estados Unidos”, le dije, “dejá de ver a Adam Sandler”. Como si fuésemos a conseguir algún descuento. Lo que costó después abrir varias de ellas.

            Cuando volvíamos del supermercado el Petiso pegó onda con un perro de la calle. Empezó a boludear hasta que le meó encima. Entonces le metió una patadasa, el perro se enojó y mordió al gordo. Cinco puntos en el San Lucas. Fue un inconveniente porque nos comimos en la espera la mitad de los patés. Era la noche previa al viaje en bondi a la costa.

            El bondi salía 7am de Retiro, así que decidimos, después de la visita al hospital, encarar Unicenter 11pm. Se estrenaba Chiquititas, Rincón de Luz. Si dudan de algo, lo propuso Mike. Carlos se resistió un poco, pero al final cayó. Pochoclos, coca clásica y por supuesto MyM’s. Con esta pelotudés el presupuesto se nos estaba yendo al carajo. Así que después de joder toda la película tirándole pochoclos a los homosexuales que habían venido a ver Chiquititas, nos fuimos al casino Trilenium. Móvil, Turismo York. Todavía no le habían sacado la “k”. Era lo único que había porque llovía. La remisería más cara de San Isidro. Nuestro presupuesto seguía redujéndose, así que esperábamos tener mucha suerte en el casino. Lamentablemente —y por suerte—, al llegar, nos dijo uno de los patobas “jardín de infantes allá enfrente. Abre en unas horas”. Al gordo no le gustó el chiste así que lo defenestró con los insultos más creativos que se te puedan imaginar. Como entenderán, en la puerta del casino hay cámaras, así que el patova se la comió doblada. Como les decía, “por suerte” no nos dejaron entrar. No sólo porque íbamos a perder todo lo que nos quedaba —Carlos dijo “todo al rojo”—, sino porque ya eran las cinco de la mañana. Y estábamos en Tigre…

            Cuando vi mi reloj y noté nuestro apuro, fuimos corriendo al tren de la bosta. ¿¡Por qué hicieron un tren que no llega a Retiro?! ¡Idiotas!

Cuestión que llegamos a tiempo al bondi, y horas después estábamos en la Ciudad de los nenes. 

            Tratamos de ir al camping judicial, que tenía más nivel. No sé cuánto más nivel podía tener: es un puto camping.

            Cuestión que terminamos en el Durazno, frente al balneario Coral, cruzando la ruta.

            No estaba mal. Tenía un almacén para salvarnos las papas cuando estábamos jugados o cuando Mike insistía con acabarnos el arroz: “Imagínense todo lo que podemos hacer con este arroz” y el limado le entraba a la noche, al desayuno y al almuerzo. Desde ahí y por unos diez años odié el arroz. La culpa la tuvo Vivian, en realidad, la madre del Petiso. Que amablemente nos traía comida cada dos días. Nosotros, unos reyes. Pero se ve que se motivó con el arroz, y bueh.

            Qué linda la playa. Cómo olvidar las tardes con Chicoco y Gonza Diz. A Chico le sacabamos la pelota y con el Petiso nos quedábamos hasta el anochecer en el mar pateando la bola contra las olas. Le descocíamos todos los pentágonos. Después, a veces le caíamos a comer a la casa de Chicoco y compensábamos malas comidas.

            El traslado era de lo más interesante. Teníamos una sola bici para los cuatro. Si mal no recuerdo Mike pedaleaba, yo iba atrás en los fierritos —sin fierritos—, Frankie adelante en el manubrio y el Petiso en el caño. Una osadía. Y qué osadía. La bici sólo aguantó la bajada de la barranca de la ruta costera. Porque después frenamos y vimos que se habían doblado todos los rayos. Fin de nuestro medio de transporte. Ahí empezamos a hacer dedo.

            Es loco porque nuestro recorrido era camping el Durazno—peatonal—peatonal—boliches— boliches—camping. Y prácticamente nunca nos levantaron, ¿pueden creer? Fue ahí cuando encontré mi vocación. “Cuando maneje voy a levantar a todo el mundo”.

            Les dije que íbamos a la peatonal. Ese era nuestro primer destino. No sé si boludeábamos algo en pibelandia, creo que no. Nos clavábamos ahí en la puerta del local, y la careteábamos un rato. Esa era nuestra rutina.

            Resulta que una vez esa rutina se rompió:

            —¿Alguien está para un helado? —propuso Mike.

            Y nos fuimos a ratonear a Sei Tu. Veinte centavos el palito. Épicos momentos del 1 a 1.

            De ahí fuimos a consumirlos a las cuatro plazas, ya que estábamos por la zona. Y fue de lo más interesante. Gonza encontró unos aritos para su novia. Creo que ahí lo perdimos. Vimos esas cajas chinas llenas de triángulos y paralelogramos, no sé si me siguen. Que te viene con un papelito con figuras, y vos tenés que armarla. Son geniales. Obvio que no compramos nada. Pero estuvimos un buen rato boludeando con eso. Frankie le pegó a un pendejo que le tiró un poco de rey momo. Se puso a llorar. Más tarde apareció con el viejo. Y Carlos Francisco se puso el buzo y la capucha. A mí lo que más me fascina de las ferias hippies, y en esta estaba, man, qué mística tienen las ferias hippies, bueh, lo que más me fascina son esas piedras abiertas con sierra por la mitad, y se les ve todos como diamantes. Son una masa esos cristales. Después estaba Jorge, el tipo de los caleidoscopios. Hacía dos años que lo veía en la feria ya. Por si no saben un caleidoscopio es como un largavistas que lo mirás y ves vidrios de colores que se mueven mientras lo girás formando todo tipo de imágenes. Jorge solía tener una pizzería diez años atrás, me acuerdo, allá por el barrio de Copacabana, ese barrio de eucaliptus al entrar a Miramar, donde veraneaba Pancho Barrio.

            Me acuerdo que miré por uno de esos instrumentos, y me sorprendió el reflejo, como un farol potente y blanco, que daba tono a la figura que formaba con los cristales. Era algo hermoso. Corrí el caleidoscopio y era nada más y nada menos que la luna, toda llena y majestuosa. Todavía puedo recordar la primera vez que la vi. No era más que un pequeño. Estaba sobre el regazo de mi madre viajando en auto vaya a saber hacia dónde. Por la ruta, de noche. No sé por qué, además de mis padres, se me hace que estaban Ale y Silvina, mis tíos. Cuestión que yo, sobre la ventana derecha, contemplando la ruta, de repente le pregunto a la que me sostenía “¿y eso?”. “Lucho, eso es la Luna”. Y lleno de asombro me quedé admirándola.

            En este caso no pude quedarme admirándola mucho más porque Carlos dijo “¡Ey, vamos a ese stand!”.

            Había un puesto de paños rosas que decía “Conozca su futuro”.

            Qué hincha bolas. Nada que me chupe más un huevo. Además con esa guita me voy a Popeye por un wafle. Pero el estimado quería entrar. Bué, vamos. Además era un sorete la carpa. De pedo entrábamos los cuatro juntos.

            —¡Cuidado! No van a tirar la lona —dijo Sonia, con ese grano en la nariz.

            Estaba bastante buena para mí. Mike le daba un siete. Puede ser. Suele ser bastante objetivo Mikol. El Petiso amagó con irse a la mierda, pero la tarotista la jugó rápida. Puso un bowl de pochoclos. Lo que vino después fue más complicado. La mujer dijo:

            —Bueno, son tres pesos la revelación.

            —Ni en pedo —dije, y creo que lo dijimos a coro.

            Después yo le pregunté:

            —Si conocés tu futuro, ¿lo podés cambiar?

            —Ajá, hay distintas clases de futuros. Depende de lo que quieras pagar… Tenés lo que va a pasar si no cambiás ciertas conductas, después tenés el futuro casi imposible de lograr, ese depende mucho de uno. Y después tenés el futuro seguro. El tema es que en una revelación, la tarotista nunca sabe de qué futuro se trata.

            A pesar de que le vi una contradicción, y a pesar de que no pensábamos pagar, algo nos motivó:

            —¡Yo quiero conocer mi futuro!

            —¡Yo también!

            —¡Y yo!

            Saltamos todos, como verán. Menos el Petiso. Pero le reveló igual. Fue breve: “de química aplicada no pasás”, a modo de maldición.

            El siguiente fue Mike:

            —Vos, mijo, vas a sobresalir en todo. Veo claramente que te vas a consagrar como win. Vas a ser un distinguido arquitecto, y te jubilás a los cuarenta.

            —¡Vamos, carajo!

            Frankie se puso un poco ansioso y le dijo:

            —Y Sonia, yo qué, qué dice mi futuro. ¿Voy a ser un gran administrador de empresas? ¿O un escritor conocido? Matemático o músico seguro que no, ya sé. Pero al menos, ¿abogado? ¿Voy a tener tarasca? ¡Dale! ¡Decime!

            —Tranquilo, querido. No hay que alterar las fuerzas. Todo a su tiempo. Para vos también hay algo muy bueno.

            —¡Sí! ¡Buenísimo!

            —Te vas a vivir a Barcelona.

            — ¡Vamos!

            —Y te hacés gay…

            —¿Eh? Gay tu vieja, ¡zorra puta! —y agarró las tres monedas y se fue corriendo.

            —Maldito mocoso. ¿Para qué pregunta?

            —Tanto quilombo que hizo para venir… —adhirió el Petiso.

            —Bué, quedás vos, eh… —me señaló Sonia.

            —Luis.

            —Luis. Bien. Pónganse cómodos.

            —Qué, ¿es una larga?

            —Yo diría más bien que es una interesante.

            —Los viejos y sus sinónimos —puntualizó Mike. Y a todos nos pareció que a Sonia no le gustó escuchar eso de viejo.

            —Todo viene prolijo para vos, Luisito. Buen alumno, buena salud, te gusta el kayak, te gusta el windsurf… Pero a los veinte veo una divergencia. Y no sé cómo va a terminar todo esto. Si querés te cuento las dos vetas.

            —Y… Para algo pagué. Pasame un almohadón.

            —Un fracaso los dos destinos —dijo el Petiso.

            —O un éxito. ¿Qué creés, Lechuga? —preguntó Mikol.

            —Que el futuro me sorprenda. O Sonia.

            —Bueno. Entonces… A los veinte.

Veta A:

            Salías una vez de Paseo Colón y te encontraste con otro alumno, o eso te pareció, bajando las escaleras. Ahí al lado de Huergo:

            —¡Hola! Me pareció verte hoy saliendo de la práctica de física II —se introdujo aquél.

            —¿Viste lo que es Sirkin?

            —¡Puf! Un faso. Pero está buena la charla de la relatividad.

            —Yo no la escuché —le aclaré.

            —No sé si sabías, pero con algunos de la facultad, y otros de la UCA, como Pacho Riva, estamos haciendo un proyectito de logística internacional de productos alternativos… Este martes hay una reunión en Nordelta. Me gustaría que vengas.

            —De una, pasame tu whatsapp, digo… tu msn y movi —todavía esa batalla contra la grasitud no estaba perdida—, y vamos hablando.

            —Como ves, Luisito, por esta veta te volviste el jefe narco más importante del cono sur.

            —¡Excelente! ¡Crack! Sabía que iba a hacer algo grande con mi vida, sabía que iba a triunfar. Y de ahí, ¿después me hago presidente o Papa o algo así?

            —¿Papa? ¿Papa? ¿Vos sos pelotudo? —me dijo Mike.

            —¿Cómo vas a ser un líder espiritual si venís de bajarte una línea de coca? ¿Creés que Jesús te va a elegir?

            —Jesús está limpio, es verdad. Pero Jesús no te elige, te elijen los cardenales, mis primeros distribuidores, al menos varios de ellos. Y mi objetivo es extender mis dominios.

            —Pará un poco, tenés quince años, todavía no sos narco.

            —Pero ya me la creo. Además, siguiendo con lo que veníamos diciendo, perfectamente se puede venir un Papa más modernista.

            —Cristo te va a cagar a palos después si seguís con este juego de poder.

            —Sí, puede ser, puede ser. ¿Vos qué opinas, Sonia?

            —Yo no juzgo las vocaciones, sólo libero los potenciales.

            —Liberal, me gusta.

            —Bué, vamos a la Veta B —apuró Sonia con un suspiro.

            Bajando Luis las escaleras de Paseo, se le acerca un estudiante y lo detiene: “Disculpame”.

            Trompada en medio del napio y sigue caminando.

            Un tipo que lo vió le dice:

            —¿Cómo le vas a pegar así? Por ahí te quería pedir la hora nomás, y vos le pegás.

            —¿Sabés qué? Lo sentí. Me pareció que era un zurdito de mierda que venía a romper las bolas.

            —Igual me parece un poco agresivo. Creo que deberías hacer terapia.

            —Terapia… Mmm…

            Dos días después, en la parroquia de Santo Cristo.

            —Qué tal, Padre Ignacio, soy Luis. Me gustaría darle catequesis a los chicos.

            —Como anillo al dedo. Hoy me renunció mi anterior catequista. Y para mejor, ella había progresado.

            —Como verán, las dos vetas se iban separando.

            —Pregunta —comenzó el Petiso después de un instante de silencio.

            —Dígame, pequeño — le dijo Sonia.

            —¿Un catequista puede ser Papa?

            —¿Me viste cara de monja? ¿Qué mierda sé yo? Mi intuición es que el papado es un juego de poder, y el catequista no está ni metido en la pirámide.

            —No, viste, como Lechuga tenía tantas ganas de ser Papa…

            —Papa o presidente, pero me parece que tiene más parada ser Papa. No creo que llegues a la tapa de Time como presidente argentino —aportó Mike.

            —Mirá, Joe una vez dijo que nombraron Papa a un monje.

            —Bué —dijo Sonia—, te aclaro, Luisito, no llegás a Papa.

            —Mierda.

            —Pero tal vez se arme su propia secta —propuso el Petiso.

            —Sí, ¡y ahí sí sea Papa! —dijo Mike.

            —¡Vamos, Menem! —grité.

            —Chicos, chicos, las herejías tienen patas cortas.

            —Mahoma parece bastante alto.

            —¡Basta de pelotudeces! Que se les consume el crédito — casi perdiendo la paciencia.

            Sucedió que en la veta B Luis tenía de alumno a un tal Pity M. Él era manso como agua de río Loro. Su santidad y sabiduría natas fueron contagiando al catequista facho y llevándolo por el buen camino.

            —Mientras, Luis of War,

            —¡Ea, ea!

            Todos festejaron. Sonia continuó:

            —Ya tenía un imperio en Argentina, la Triple Frontera, el Cabo de Hornos y todas las capitales latinoamericanas, especialmente Lima. Porque en Lima tenía una rama no—narco dedicada a las frutas. Le gustaban las frutas a Luis. De hecho —esto tiene una gran importancia en nuestra historia—, verán. Un día, a los veintidós, Luis estaba en su visita semestral a Lima. Estaba comprando frutas en el mercado. Se dispuso a probar unas ciruelas raras que ya había probado una vez de casualidad, y dijo:

            —¡Sí, son estas! Tienen un carozo gigante, casi no tienen pulpa, pero “son híper dulces” —se los escuchó decir a Luis y a una jovencita que apareció de la nada.

            “¿Estaba buena?”.

            — Buenas Tardes.

            —Hola, argentino por lo que veo.

            —Vos también tenés pinta de sanisidrense. Pero todavía no me decido si limeña o porteña.

            “¿Estába buena?”.

            —Las Lomas. Soy médica. Vine a una misión de la Merced.

            —Ah, yo solía frecuentar el templo de Dios.

            Y así.

            “¿Estaba buena?”.

            Sí, la puta madre. Era linda la muchacha.

            —Tiene envidia —se lo escucha al Petiso.

            Les decía, y así Luis conoció a Sofía.

            —Me gusta Sofía.

            Mientras, a quien llamaremos Luis B adquirió una enfermedad contagiosa rara de uno de sus alumnos, abandonando la catequesis y quedando con sólo tres meses de vida por delante.

            —¡No! ¡Muero joven! ¡Nooooo! —me levanté, salí de la carpa y me puse a gritar como un loco.

            —Mirá lo que hiciste, Sonia —le dijo el Petiso.

            —Ustedes me pidieron la verdad. Y no les doy nada más que eso.

            —Sí, pero no es la verdad, es la media verdad, porque dijiste que tiene dos futuros — aclaró Mike.

            —Y los dos una mierda —insistió el Petiso—. Ven, tenía razón yo.

            Mientras tanto yo empecé a romper mesas, sillas y stands. Le estuve por pegar a un pendejo, pero justo vi que estaba su viejo atrás. Entonces le di una palmadita en la cabeza. Una vieja me miró decepcionada y me preguntó:

            —¿Qué te pasa? ¿Por qué haces tanto alboroto?.

            —Es que me voy a morir.

            La vieja miró a su marido y le dijo: “Yo lo veo bastante sano”.

            —Pelotudo de mierda, volvé acá, que Sonia dice que todavía hay más —me gritó el Petiso.

            —¿Voy a resucitar como Cristo? ¡Qué crack!

            —No ves que es un forro —le dice el Petiso a Mike—. Sí, volvé, dale.

            —Tomate este tecito —me dijo Sonia. Y eso me calmó un poco. Mike siguió comiéndose los pochoclos, o lo que quedaba de ellos. Pero el Petiso descubrió la fuente de los pochoclos, así que los recargó y seguimos con el relato todos contentos.

            —Cuando terminemos vamos a Popeye, ¡eh!... a celebrar. Me acabo de enterar que voy a resucitar —les dije.

            Les decía: tres meses de vida, y siguió yendo a misa manteniendo distancia de los demás feligreses.

            Sofía y Luis (narco) se pusieron de novios. Una vuelta estaban los dos en la casa de Pacho en Nordelta y cayó el Grupo Halcón, el SWAT y la Mossad. Luis le confesó todo rápidamente a Sofía.

¡salvame!

            —Ahora sí que estoy jodido. Me muero en las dos vidas.

            —Pero te lo tomaste con bastante tranquilidad —me dijo Mike.

Ella desconcertada lo trata de tranquilizar y le dice de corazón:

Tranquilo, todo va a salir bien. Confía en el destino.

Acto seguido recibe un tiro en la nuca y dos en la espalda.

¡¡¡Noooooooooooooooo!!! ¡No! ¿Por qué? - Llantos desconsolados y gritos. La pobre sofía.

Estuvo mal toda la semana. Llegó el domingo y para colmo se entera que le habían cambiado el cura. ¿Dónde esta Edu Mangiarotti cuando se lo necesita? Averiguó y lo habían trasladado al Santo Cristo.

Así que

Ya se lo que vas a decir - interrumpe el Petiso -,

Callate y dejame contar la historia.

Así que domingo siguiente Sofia va al Santo Cristo.

De repente, 7.15, porque a los dos les gustaba llegar temprano, le parece ver un fantasma. No podía ser. "Luis" le gritó ella. Y efectivamente él se dio vuelta.

No, no, - llorisqueos - no puedo creer.

¿¡Pero qué pasa!?

¡Estás vivo! - y se lo chapó.

Imaginense que LuisB, que no tenía ni la más puta idea de quién era Sofía, se hizo el re boludo y adelante. Y le contó lo de su enfermedad contagiosa, y ella, con lo talentosa que era lo salvo.

            —¡Rompieron el vidrio de la cascada de fichines de Pibelandia! ¡Montonera general! ¿Siguen acá todavía? —irrumpió Carlos.

            —No me tienta, paso —le dije.

            —¿Qué te pasa? Sos fanatico de los fichines. No de jugar, de los fichines. Afanás de donde podés con las estrategias más estrambóticas. ¿Tomaste algo? Chau, yo me voy de esta carpa del orto —dicho y hecho, se fue.

            Los chicos preocupados se miraron y preguntaron: “¿Qué le habrá puesto?”.

            Yo, entre sorbos, miré la tasa, hice una mueca como diciendo “qué se le va a hacer”, y seguí tomando.

            —Me decía de Sofía, estimada.

            —Si querés saber más son otras tres monedas.

            —Daaaaah, no tiene sentido. Porque no se pueden unir dos historias paralelas. Vamos, pibes, vámonos de acá. Tarot de mierda. No tiene ni idea.

            Al otro día, de aburridos que estábamos, volvimos a la feria. Buscamos la carpa de Sonia y no la vimos. Cuando preguntamos al que hacía retratos con aerosol, nos dijo que jamás había visto una tarotista o una bruja, según nuestra explicación, en la feria. Preguntamos en otros tres puestos, y mismo resultado. Esa noche hicimos un fuego en el jardín para hablar del tema. A la movida cayó de vuelta el gordo y nos empezó a hablar de sus andanzas en el boliche, en una de las cuales recibió un patadón en sus partes, imagínense por qué, y así fue como todo el asunto quedó en el olvido.

            Y así, el misterio en el misterio.


Luis María

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