Muchos piensan que allá por encima de las nubes no hay nada más, además de satélites. El tema es que para acceder al cielo hay que cruzar el umbral de la esperada muerte. De eso quería hablarles. Porque tengo un amigo que no se cómo, él pudo acceder allá, donde los que pisan pesado habitan. No recorrió muchos lugares, o no me quiso decir, pero no saben, estuvo en presencia de la corte celestial. Sí man, tremendo.

Ahí estaba toda la banda. El que juzga —el mismo Jesucristo—. La Virgen que siempre defiende estaba durmiendo una siesta. Mal para los juzgados. Pero la reemplazaban santa Teresita, santa Catalina, santa María Magdalena y santa Cecilia. Tomando mate a un costado, san Pedro, san Andrés, Santiago santo y su hermano, san Juan. No estaban muy interesados en el asunto. A los que ví más concentrados fueron al Precursor, san Pablo, Gonzaga y el de Hipona. Si te ibas para el fondo, atrás de los acusados, veías un par más. Pero mi amigo —llamémosle el Grande— no llegó a ver.

Y cuando él llegó justo traían unos demonios a un nuevo visitante. Lo tenían todo encadenado. No parecía muy confiado el pobre. Mala estrategia. Uno de los espíritus caídos gritó: este es nuestro, por derecho. Mató a su hermano.

San Juan Apóstol, el más vivo de los varones interpuso: pero fue un accidente. Lo empujó por una disputa, sin querer se cayó el hermano, y se la dió con una piedra.

Las chicas gritaron: ¡atenuante, atenuante!

Entonces Pedro dijo: Y, ¿qué opina mi Señor?

Un momento de silencio. Todos expectantes, especialmente, ya saben, los ángeles malditos. “Eeeeeee, yo diría… que… mmm… yo diría… Sí, está decidido”.

Silencio.

Pedro: ¿Sí Jesús?

“Ah, la condena… Estaba contemplando la entraña que nos vamos a comer hoy. Al tipo este mándenlo al calabozo, sin ninguna duda”.

Pedro: ¡Pero Señor! ¡Fue un accidente!

Jesús: Sí, pero no lo tenía que haber empujado.

Pedro: Puede ser, puede ser. Buen, llévenselo. ¡Siguiente!

El Grande ve marcharse desesperado al culpable, gritando y maldiciendo hasta que le taparon la boca. Por la misma puerta en que se fueron los mencionados aparecieron en simultáneo otro trío. El que venía arrastrado era un débil viejito, sin muchas fuerzas parecía, y absolutamente callado. Del otro lado se lo veía a Jesús muy cómodo en su sillón, mirando las estrellas de allá afuera —y algún que otro satélite—. “Siempre me parecieron divertidos los satélites. Me hacen acordar”.

Pedro: Jesús, acá tenemos otro…

Cristo: Sí, pero decía…

Pedro: ¿Qué decías?

Cristo: Buen, en realidad me decía para mis adentros. Pero si querés podès escuchar. Que esos satélites de allá afuera me hacen acordar a la historia que me contó papá José sobre la estrella de Belén, allá tiempo atrás, cuando nací.

Santiago: Buena analogía Señor. Buena analogía.

Jesús: Gracias, se debe a mi talento de escritor. Después te armo una parábola con eso si querés.

Santiago: Me encantaría, pero me encantaría más que terminemos con los que faltan así vamos a jugar al volley o croquet. ¿Juan, qué votas?

Pedro: Dale, sigamos che.

Espíritu infernal: khm khm khum… (se aflojó la garganta). Este individuo vivió toda su vida aceptablemente bien —hay que reconocerlo—, pero en la víspera de su partida —una semana antes, para ser más precisos— perdió la paciencia e insultó al que venía manejando adelante suyo porque en el semáforo se puso verde y se quedó jorobando con el celular. La verdad no tenemos mucho que decir nosotros. Si querés quedartelo está todo bien.

Jesús: ¿Pero como me decís eso animal? Me contaron que esta semana estrenaron cien calabozos nuevos, llenos de lava, listos para usarse. ¿Y me decís que no te lo querés llevar?

Espíritu: Eee… bueno. No me esperaba esa devolución. No sé qué decir.

Jesús: Te explico. Ese insulto es inadmisible acá arriba. Llevatelo. ¡Siguiente!

Juan: Jesús, ¿estás seguro?

Jesús: Si-guiente.

Entonces mismos sucesos. No saben lo que apareció. Un borracho que emanaba alcohol y hediondez. La mitad de la corte se paró para correrse.

— Jajajajjaja — se lo escuchaba gritar al demonio que lo acompañaba—. Carne al asador se dijo —. Había un sólo demonio porque ¿para qué no? Si ya estaba jugado.

—Interesante… — dijo Cristo. — Ya estoy un poco enojado y ni me dijeron nada de él todavía. Buen, te escucho.

El demonio: Este hombre, o demonio, porque es más demonio que yo. Este hombre dejó el colegio a los siete para dedicarse al oficio del hurto. INCLUIDAS varias iglesias.

Pedro: Kekem —se lo oyó toser.

El demonio: Exacto. Cuando ya tuvo edad violó a multitud de mujeres.

Jesús: Aha. Qué más.

El demonio: Mató a su padre, sólo después de haber matado a su madre. No mató a sus hermanos porque no tenía.

Jesús: Lógico, lógico.

El demonio: Mató a siete policías antes de ir en cana. Y al último lo cortó en doscientos pedazos. Y lo repartió por toda la ciudad.

Jesús: Creativo. Bien. Quiero que me relates cómo fue ese último asesinato de este inmundo malechor.

El demonio: Como no. El tipo había asaltado a un joven. Nada extraordinario, le robó el teléfono. Pero el jovencito llegó a advertirle a un policía que andaba por ahí. Así que huyó corriendo y el cana lo siguió por siete cuadras. Hasta que llegaron a un callejón medio turbio, el tipo —Ceferino para que vayan sabiendo de ahora en más— se escondió entre los arbustos, y cuando la yuta pasó de largo, lo agarró por atrás y lo derribó. Lo agarró por el pescuezo y le dijo enfurecido “yo, sucesor de la tercera orden galáctica, bajo el poder de Greiscol, y en compañía espiritual de mis cómplices Trump, Bolsonaro, Putin y Roger Federer…”

“Jajaajajjaajjajaja”. Se oyó a lo alto. Juan —y todos los demás— giraron la cabeza, y pudieron ver estallándose de la risa al mismo Jesús. Juan lo agarra del hombro y le dice: Jesús, Jesús, ¿estás bien?

Jesús: Sí, sí perfecto jaja. Seguí por favor, ¿me decías?

El demonio, un poco contrariado, frunció el ceño, como sin entender, y siguió: Les decía. Ceferino desarrollaba su discurso “y Federer, en el solsticio de verano del planeta Júpiter, en consonancia con la tormenta eterna de ese planeta, que me envía señales infrarrojas y”.

Jesús: Jajajajjaja jajajajajajajajajjaajjaajaja.

Juan: Man, ¡no puede parar!

Jesús continuó: Jajaja jajajajajjaja ja ja ja. Ahhhhhhh. Hace tiempo que no me reía tanto. Totalmente perdonado y con indulgencia plenaria. No va al purgatorio.

Uno de la corte: ¡Pero Jesús! A mi me hiciste pasar dos meses en el purgatorio. Y no maté a nadie— le dijo totalmente confundido.

Jesús: Sí pero el Dios acá soy yo, y hago lo que quiero. ¡Siguiente!

Luis María

Esta historia esta dedicada a mi hermana Mari que tiempo atrás me regaló la primer edición de mis escritos. Salud!


Luis María



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